Fecundación invitro y fertilidad masculina, dos términos que hace años parecían antagónicos. Es cierto que hasta no hace tanto tiempo, los problemas de reproducción era “una cosa de mujeres” y casi había que traer a rastras a los varones a las clínicas de esterilidad. Afortunadamente esa situación ha cambiado drásticamente y no es raro comprobar que la primera prueba que se hace una pareja en muchos casos, antes de iniciar un estudio de fertilidad propiamente dicho, es un seminograma.
Sin embargo, este “machismo” que ha habido en la sociedad sobre el tema de la fertilidad, ha hecho que los avances científicos en este terreno hayan sido bastante escasos. De este modo hasta hace relativamente poco, poco se conocía sobre los factores genéticos. Y esto se vio agravado aún más con la llegada del ICSI o microinyección espermática. El hecho de que se pudiera conseguir fecundaciones con tan pocos espermatozoides hizo que el estudio del factor masculino se relativizara aún más. No obstante, más recientemente, hemos ido comprobando que no todos los espermatozoides son iguales. Y que los resultados, tanto desde el punto de vista de fecundación como de implantación del embrión al que dan lugar no son iguales siempre.
Así empezaron a abrirse paso los primeros estudios sobre genética del espermatozoide, así como los estudios de fragmentación del DNA. Son técnicas aún prácticamente experimentales, pero es evidente que están abriendo paso a indagar más sobre la implicación del espermatozoide sobre todo el proceso reproductivo.
Y, de la misma forma, el conocer mejor la influencia de los hábitos de vida sobre la calidad del espermatozoide, hace que hoy en día se tenga muy en cuenta el evitar tóxicos como tabaco, alcohol, evitar el sobrepeso, etc., para de esta forma poder mejorar los resultados de los ciclos de fecundación in vitro.
